El primer día que abrí mi esterilla en la nueva sala “El bosque de Silvia”, cerré los ojos, respiré profundo y noté que mis pies conectaban con la tierra, le di aire a mis rodillas, recoloqué el coxis alineando mi columna, junté mis omoplatos para darle espacio a mis pulmones, aflojé los hombros y la expresión de mi cara, y crecí desde la coronilla. Por un momento pude oler mi bosque y surgió una leve sonrisa en mi cara al sentir que había llegado a casa. Un escalofrió recorrió mi cuerpo al venir a mi recuerdo mi primer cuento de niña “El árbol sabio y la golondrina”, que aún conservo como un tesoro.
“Érase una vez,
no hace mucho tiempo, una semillita que cayó en el suelo blando.
Se sintió tan a gusto que se acurrucó bajo una hoja seca, marrón.
Y pronto se quedó dormida.
Por la mañana el sol dio un salto por detrás de la colina, y le dijo:
-semillita ha llegado la hora de crecer.
y la semillita estiró lo brazos y creció…creció…CRECIÓ.
Moví mi cuerpo de un lado al otro, balanceando mi peso hacia delante y hacia atrás, con los ojos aún cerrados, sintiendo el aire rozar mis fosas nasales al entrar y salir y en ese instante fui consciente de la tierra sosteniéndome. Respiré desde ese lugar soltando poco a poco la tensión acumulada en mi cuerpo y al llegar a mis pies pude sentir como salían unas raíces de ellos que atravesaban la esterilla buscando la tierra. Sentí la sensación de querer buscar algo más profundo y surgió la humedad y con ella la sensación de contacto con el agua, mis raíces habían llegado a ella. Inspiré a través de la nariz y al exhalar mis raíces aún fueron más profundo hasta llegar al centro de la tierra, allí donde habita el fuego. Dejé que este hiciera su trabajo trasformando todo aquello que ya no podía habitar en mí, y visualicé como la tierra convertía en abono todo aquello que ya no me servía, que no era ni bueno ni malo, tan solo energía que me había llevado hasta mi bosque.
Entonces fui consciente de que mis brazos estaban elevándose hacia el cielo, convirtiéndose en ramas y sintiendo el aire entre mis dedos. Pero además la luz del sol iluminaba mi rostro encendiendo de nuevo esa sonrisa en mis labios que abre la puerta de mi corazón y supe que eso era lo que siempre había soñado ser desde niña, pero mi mente no había sido capaz de expresar por aquel entonces, “quería ser árbol”, pero eso no se podía estudiar ni tan siquiera decir cuando un adulto te preguntaba: ¿qué quieres ser de mayor?
Por vergüenza o quizás miedo o quizás un no entender de donde nacía ese deseo, dejé de regar ese sueño. Me convertí en semilla dormida acurrucada bajo la tierra, pero al entrar en mi bosque escuché esa voz:
” ha llegado la hora de crecer semillita “, estiré los brazos y crecí, crecí, crecí y recordé que todos los árboles comienzan siendo semillas y supe que me había convertido en ese árbol soñado.
Me llamo Silvia, nombre de origen latín y cuyo significado es “aquella que vive en los bosques”, nací viviendo en un pueblo llamado El Bosque, un 2 de febrero (fiesta pagana Imbolc antes que la cristianizaran en la Candelaria), tradicionalmente Imbolc honra las semillas que bajo tierra empiezan a germinar. De una de esas semillas nació mi sala de yoga “El bosque de Silvia” y dentro de ella creció una mujer árbol.
Ser un árbol:
- Ponte recta
- Recuerda tus raíces
- Bebe mucha agua y deja que este te purifique.
- Disfruta del paisaje y del aire libre
- Crece sin miedo
- Da sombra a quien anda cansad@ por el camino
- Admira tus frutos
- Sé lo mejor que puedas ser
Yo soñaba con ser un árbol; ¿y tú, con qué sueñas?
OM SHANTI