Entonces me abrumó lo poco que estamos preparados para lo que la vida nos pueda traer. Tenemos el concepto de víctimas grabado a fuego, buscando culpables para todo, olvidándonos de la gran oportunidad que nos brinda la vida con cada acontecimiento para cultivarnos, para crecer y evolucionar.
El cambio constante de las cosas es algo que no recordamos hasta que nos toca de cerca. Creemos que la familia, amigos, trabajos, bienes materiales o la salud es para siempre y ha tenido que venir una guerra para volver a recordarnos que nada es permanente. Somos afortunados por no haber tenido que salir de casa ni del país con lo puesto, escapando de la muerte, pero no estamos libres de la transitoriedad o el cambio, algo inherente a la vida y que olvidamos constantemente como esa retahíla que recuerdan las madres mil veces, pero estamos tan acostumbrados a escuchar que parece que no va con nosotros. La realidad es que nuestra relación con las cosas externas es inestable porque hoy están, pero puede que mañana ya no, por lo tanto, esa relación provoca sufrimiento en nosotros.
Todas las cosas externas que nos llegan a través de los sentidos, producen un pensamiento, este genera una emoción y esta a su vez una sensación que nuestra mente etiqueta como agradable o desagradable. Todo esto produce que nos apeguemos a las cosas agradables y rechacemos las desagradables, lo cual planta las semillas de nuestro sufrimiento cuando la impermanencia de las cosas nos visita.
El yoga te propone no esperar a que la vida te recuerde esto para ponerlo en práctica antes y así evitar el sufrimiento. Lo hace a través de tres principios éticos que trabajan tu relación con las cosas externas.
Asteya:
No robar, no pretender ser ni aparentar, la honestidad. Y aquí, aunque la palabra robar tenga una connotación negativa no solo hablamos de quitarle algo a alguien material sino también de quitar el derecho a la salud, a los estudios, a la justicia o creencias. Asteya es salir del egoísmo y practicar la generosidad, es centrarse en lo que tienes y no en lo que te falta. Es la capacidad de pensar en los demás y tomar sólo lo imprescindible no vaciar las estanterías de los supermercados movidos por el “yoismo”. Es trabajar la empatía y ponerse en el lugar de los demás. Hay muchas maneras de robar, no sólo dinero sino también tiempo, o no cumpliendo tus propios deberes, o no retribuyendo etc.…
Bramacharya:
Evitar el gasto energético innecesario. Gestionar tus tiempos de descanso, ocio, trabajo, ayuda a los demás, tiempo a tu familia etc.… evitar esas relaciones que te absorben. No dejarse llevar por los deseos, pasiones o gustos, aquietar la mente y no actuar compulsivamente sin control. No gastar nuestra energía en cuestiones que no lo necesitan. Utilizar la sencillez, la moderación y la austeridad en tu vida.
Aparigraha:
Desapego, no acaparar, no quedar atrapado en las pasiones. Implica la generosidad y la confianza de que todo lo que tenemos debe circular hacia los demás y de que siempre obtendremos lo necesario. Este punto habla de no hacer un tesoro con los bienes materiales. Compartir no solo tu tiempo sino también tu conocimiento. Ser generoso, dar y entregar. Implica no almacenar grandes cantidades ni de comida ni de nada.
Sigue dejándome perpleja la enseñanza de una filosofía que tiene más de cinco mil años y a día de hoy pueda sernos de tanta ayuda, dándonos lecciones con tres principios éticos que bien podrían haberse escrito en estos tiempos como medida de emergencia en nuestra situación actual.
Existe un refrán: “Cuando las barbas de tu vecino veas pelar, pon las tuyas a remojar” que nos enseña que cuando ves que algo acontece a tu alrededor, lo mismo te puede pasar a ti.
Puedes leer esto como un cuento sin más, y al acabarlo olvidarlo, o puede que resuene en ti y quieras intentar usar el yoga como salvavidas, ambos casos igual de válidos, la diferencia la marcará tu maleta el día que tengamos que partir.
PAZ Y BIEN
SILVIA