Cuando una puerta se cierra…

A lo largo de la vida pasamos por todo tipo de situaciones de manera subjetiva según las personas y sus circunstancias.

Muchas de esas vivencias nos dejan sabores amargos y otras dulces, pero todas nos tocan de alguna manera ayudándonos a convertirnos en aquello que tenemos que ser en esta vida.

 Hay momentos dulces como el nacimiento de un hij@, el primer beso, el día de tu boda, la entrega de un diploma, acabar los estudios, celebrar en familia, fiestas con amigos, viajes, momentos en la esterilla que te descubren quién eres, caricias y miradas que erizan la piel, canciones que hacen magia, palabras que te abrazan. Y momentos agridulces como la muerte de algún ser querido, la enfermedad, la pérdida de un trabajo o dejar ir a la gente que no está preparada para amarte.

Este último “dejar ir a la gente…” para mí ha sido una de las cosas más difíciles que he tenido que hacer en la vida, pero también la más importante para poder recuperar mi salud física, mental y emocional, para dejar de perder mi energía en mantener algo que sólo era alimentado por el ego.

Hubo un tiempo en el que me sentí bicho raro porque esto era bastante frecuente en mi vida. Un día habría puesto la mano en el fuego por una persona y a la mañana siguiente no existía otra cosa que dos seres desconocidos, que si no iba del todo mal se saludaban en la calle de manera educada. Durante esta época me costó mucho entender el motivo de que una relación pudiera terminar de manera tan fácil. Buscaba entenderlo desde la mente y claro, mi ego sólo me dejaba ver la versión que tenía en mi guion de vida. Pero lo que más me asombraba era mi capacidad de desapego. Esto era lo que me hacía sentir mal ya que había sido educada para hacer todo lo posible por agradar y que me apreciaran, para mantener a las personas junto a mí y no para perderlas, todo porque estaba empeñada en ser perfecta y agradar a los demás. Me culpaba de la facilidad que tenía de cortar una relación que consideraba tóxica para mí, por todas las críticas recibidas. Y esto durante una época de mi vida se dio tan a menudo que creí que había dejado de amar a las personas.



Pero un día descubrí que alejarme de las personas que ya no tenían la misma vibración que yo no era dejar de amarlas a ellas, si no empezar amarme a mí misma, poniendo límites y respetándome. Entendí que el mundo que me rodeaba era una interpretación subjetiva, alimentada por mis pensamientos. Entonces decidí rendirme y dejar ir a todas aquellas personas que ya no participaban en alimentar nuestra relación. Y fue en ese momento donde sentí liberación al comprender que todas las personas que llegan a nuestra vida, vienen a ayudarnos a cumplir el propósito o la misión que tiene la vida que estamos viviendo. Cuando esa simbiosis ha finalizado la relación acaba para dejar espacio a otras muchas que están por llegar. Hay personas que nos acompañan toda una vida porque nos necesitamos mutuamente para llevar a cabo un plan de vida juntos, pero existen otras con las que hemos creado un contrato energético que al finalizar el trabajo acaba la relación.

Hubo personas de las que ni si quiera pude despedirme y esa espinita hizo heridas en mi corazón, pero aprendí a sanarlo con la ayuda del perdón, entendiendo que seguramente yo en su lugar hubiera hecho lo mismo. También hubo situaciones dentro de mis relaciones que hasta que no sané no dejaron de repetirse. 

Hoy en día me gusta ver el exterior, es decir, mi mundo subjetivo que he creado con mis pensamientos, como una balanza para observar en qué nivel de autoestima me encuentro. Cuando observo mis relaciones de amistad, familia, pareja o simplemente personas que se cruzan en mi vida hago caso a lo que me molesta de ellos para saber cuánto me quiero a mí misma. Pero también observo que me atrae más de esas personas para mirarme con más amor.

Me perdono por todas las veces que no me amé ni me valoré a mí misma, te perdono porque entiendo que yo en tu lugar hubiera hecho lo mismo.

Paz y bien